La depresión es tan antigua como la humanidad misma, y rara es la persona que nunca ha experimentado un bajón emocional. Para algunos, esta experiencia no representa más que un momento efímero, algo que se puede superar con pensamientos racionales o una reestructuración cognitiva de la perspectiva de la vida. Sin embargo, para otros, la depresión puede sentirse como un túnel sin salida. En muchas ocasiones, quienes padecen estos síntomas buscan una mano amiga, una compañía. No obstante, a menudo se encuentran con personas de su entorno que ofrecen consejos no solicitados o soluciones convencionales basadas en sus propias creencias: «Tranquila, no te preocupes», «Tómate un medicamento», «Dormir te ayudará», «Salgamos a comer o a divertirnos», entre otras. Estos consejos pueden proporcionar un alivio temporal, pero cuando se llega a casa o se está solo, vuelve a invadir el desespero y el vacío emocional, ahondando en el ensimismamiento de los sentimientos.
La depresión se manifiesta de diferentes maneras en distintas personas. Algunos pueden experimentar sentimientos persistentes de tristeza o vacío, mientras que otros pueden sentir irritabilidad constante o falta de energía. Además de los síntomas emocionales, la depresión puede causar cambios físicos, como alteraciones en el sueño, el apetito y la capacidad de concentración.
Como profesional de la salud mental y desde mi propia experiencia, también he atravesado momentos de depresión. He sentido la desmotivación, la sensación de no tener salida, e incluso la pérdida de ganas de vivir. Recurrí a la terapia psicológica, y mi psiquiatra me recetó antidepresivos, pastillas para dormir y otras para mantenerme relajada. Sin embargo, después de unos días, me sentía peor, sin fuerzas, con dificultad para realizar tareas cotidianas como trabajar. Un día cualquiera, reflexioné sobre mi situación y me pregunté si esta era la persona que quería ser, y cómo me vería en unos días o meses si continuaba tomando esas medicinas y sintiéndome así. Decidí que no tomaría más esas pastillas, porque no solo me afectaban emocionalmente, sino también físicamente. Personalmente, no recomiendo la medicación, ya que puede tener efectos secundarios como ralentizar los movimientos físicos, dificultar la claridad de pensamiento, aumentar la vulnerabilidad al entorno e incluso dañar las neuronas.
La estigmatización de los trastornos mentales, incluida la depresión, puede hacer que las personas se sientan reacias a buscar ayuda. Además de los tratamientos convencionales, el apoyo social juega un papel vital en la recuperación de la depresión. Mantener conexiones con amigos y familiares, participar en actividades gratificantes y contar con una red de apoyo pueden ayudar a aliviar los síntomas y proporcionar un sentido de pertenencia y propósito. Sin embargo, es crucial que este apoyo se brinde de manera empática y sin juzgar, ya que las personas con depresión pueden sentirse incomprendidas o culpables por su estado.
Según mi experiencia, la depresión es algo más que una enfermedad. Al menos cuando tienes gripe, con buenos cuidados y algunos medicamentos recomendados, puedes aliviar los síntomas. Pero la depresión es más una enfermedad del alma, de opresión, de encogimiento. La asimilo a una olla de presión; cuando está muy llena y el fuego la calienta, explota. Algo similar ocurre cuando caemos en depresión, como si cargáramos con situaciones, culpas, frustraciones, traumas no resueltos, o incluso con cargas pasadas de nuestros ancestros, que sin darnos cuenta llevamos y que se reflejan en acontecimientos que nos hacen colapsar. Lo que venimos cargando, y cómo fuimos tratados en nuestra infancia, si nos sentimos abandonados, rechazados o si nunca enfrentamos la frustración porque todas nuestras necesidades fueron resueltas, puede llevarnos a pensar que somos responsables del comportamiento de nuestros padres, de sus ocupaciones, peleas y desacuerdos. No somos capaces de entender que las conductas inadecuadas de los adultos no tienen nada que ver con nosotros, y aprendemos a vernos a nosotros mismos de la misma manera distorsionada en que fuimos criados. La forma en que evaluamos las cosas y la interpretación que les damos, sean o no consistentes con la realidad, se convierten en nuestra narrativa interna, en lo que nos decimos a nosotros mismos sin siquiera cuestionarlo. Esta narrativa también empieza a conformar nuestra zona de confort, ya que nos familiarizamos con esa descripción que hacemos de nosotros mismos. Cambiar la narrativa de culpabilidad, entender que no todo lo que sucede es nuestra culpa, y no personalizar los acontecimientos, sino exteriorizarlos y comprender que a veces ocurren desgracias con un mensaje oculto que, si prestamos atención, podemos descubrir.
«Para convertir la tristeza natural en depresión, solo tienes que culparte por el desastre que te ha sucedido.»
Dorothy Rowe
Me despido como siempre con un abrazo de rayito de luz.